
“Soy un hombre como cualquier otro, o al menos así era. Vivía en un pequeño pueblo a orillas del río Magdalena. Era joven, apuesto y tenía una fama de conquistador que se extendía por toda la región. Sin embargo, había algo que me faltaba: la atención de la mujer más hermosa del pueblo.
Decidido a conquistarla, me puse a buscar cualquier medio para impresionarla. Fue entonces cuando escuché hablar de un viejo brujo que vivía en las profundidades de la selva. Dicen que él conocía los secretos más oscuros de la naturaleza y que podía conceder cualquier deseo a cambio de un precio.
Sin pensarlo dos veces, me adentré en la selva y encontré la choza del brujo. Le conté mi deseo de conquistar a la mujer que amaba y él, con una sonrisa enigmática, me ofreció una poción. ‘Esta poción te dará el poder de cualquier animal’, me dijo. ‘Pero recuerda, el poder tiene un precio’.
Sin dudarlo, bebí la poción. Al instante, sentí una transformación en mi cuerpo. Mis brazos se acortaron y se convirtieron en poderosas patas, mi piel se volvió escamosa y dura, y mi boca se llenó de afilados dientes. Me había convertido en un caimán.
Al principio, me sentí poderoso e invencible. Nadaba en el río, cazaba peces y me escondía entre los lirios. Pero pronto me di cuenta de que mi nueva forma tenía un precio. Ya no podía hablar, no podía abrazar a la mujer que amaba y me había convertido en un monstruo para los demás.
Una noche, mientras acechaba en la orilla del río, la vi. Estaba bañándose y su risa era como música para mis oídos. Quise acercarme, pero el miedo a ser descubierto me paralizó. En ese momento, el brujo apareció de entre las sombras. ‘¿Ves lo que has hecho?’, me dijo. ‘El poder te ha corrompido’.
Desesperado, le rogué que me devolviera a mi forma humana. Él me miró con compasión y me dio otra poción. ‘Bebé esto y serás liberado’, me dijo. Pero antes de que pudiera tomarla, un grupo de aldeanos armados con lanzas se abalanzó sobre mí.
Huí lo más rápido que pude, pero fue en vano. Me acorralaron y me hirieron gravemente. Mientras sentía la vida abandonarme, recordé todas las cosas que había perdido por mi vanidad.
Desde entonces, se dice que mi espíritu vaga por las aguas del río Magdalena, condenado a vivir como un caimán por toda la eternidad. Y así es como nací, el Hombre Caimán.”